…y en ese instante, mi mente se aceleró y mi corazón
retrocedió a mil por hora pasando rápidamente por cada palabra, cada beso, cada
caricia. Sus ojos, su risa, su cabello peinado y su maletín negro, eran los mismos. Él era el
mismo que conocí aquella noche por casualidad, pero hoy tenía un aire
distinto, hoy no era conmigo.
Le tomaba de la mano y caminaban. Volteé la vista al
frente. Traté de esperar, de esperar no sé que cosa.
Este era el punto final.
Entonces miré frente a mí, al hombre que había marcado
mi vida en todos los sentidos, con el que aprendí a amar y al que quise amar, al que me enseñó a mirar a través sus ojos y al que le dio sentido a mi piel.
Pero ya no había ni cenizas de nosotros, ni palabras, ni
besos, ni miradas.
Quise salir corriendo de aquel lugar y llorar, llorar y gritarle al
destino las groserías que no se han inventado. Desgarrarlo, escupirle en la
cara y matarlo.
Permanecí quieta en mi asiento, quemando sentimientos, viendo a unos enamorados que se sentaban delante de mí.
Permanecí quieta en mi asiento, quemando sentimientos, viendo a unos enamorados que se sentaban delante de mí.
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