Hoy me quedé con ganas de escucharte. Te leí. Me gusta leerte
porque imagino tus gestos tan particularmente ridículos, tus gritos de
inconformidad al viento porque los de RRHH no cumplen con su promesa de
llamarte, o tu carita de buen chico para convencerme de quedarme a dormir en tu
cuarto.
Los domingos por la noche siempre me da por saber de ti. Pareciera
que le gustas a los domingos, ¿y qué culpa tengo yo?
Como a eso de las seis de la tarde comienza a venir tu recuerdo, y
yo lo evito, de veras. Trato de planear lo que haré mañana porque quiero
iniciar una semana organizada: necesito levantarme más temprano, desayunar o
aunque sea tomar café. Y es ahí, donde se desliza sigilosamente tu recuerdo y
me dice: así como lo tomaban ustedes por las mañanas o por las noches. Y luego
me lleva a tu cocina. Me quedo poco y vuelvo. Tengo que hacer lo posible por
llegar a la terminal del autobús a las 7:50 am. ‘La terminal del autobús’.
Maldita sea, a dos cuadras de su maldita casa. A ver, ya, tengo que tomar esto
en serio. ¿Esto? ¿Qué? ¿Lo de olvidarte? Olvídame tú. No, no me olvides aunque
te diga que me olvides, bueno sí, bueno haz lo que quieras pero ya deja de
incluirte en mis días. También dile al domingo que no es él, que eres tú y
vete. Hoy no te voy a detener, como no lo hice el lunes, ese que arruinó la
calurosa bienvenida que iba yo a darle a septiembre. Y hoy es lunes, otro más,
ahora si le doy una jubilosa bienvenida a noviembre.
Nomás porque estoy de buenas, hoy no voy a reprocharte que hayas
venido dos días seguidos.