“Y al final, queríamos el reverso de lo que decíamos que
queríamos”.
Ahora estamos en el futuro de los pactos que hicimos, hoy ya
supimos el desenlace de eso que no nos dejaba pegar los ojos por las noches; noches bonitas, noches en las que pensamos que teníamos suerte por descubrirnos a piel de flor o viceversa, y en las que cerramos bien las cortinas para ocultarle a la luz nuestros deseos.
Madrid fue testigo de tu constante incertidumbre, de la que yo
te decía que guardaras debajo de la cama, que la dejaras sola y que vinieras
conmigo para seguir bailando en el barco
que se hundía al paso de un último bolero.
Nos queríamos… tener. De lado, encima, debajo tenernos. Sin
dudas, sin miedos, sin ropa.
Se enganchaba España a México por las noches y no dormían. Se
daban poemas los jueves y los días de guardar. Guardaban palabras y soltaban
silencios, por necios a veces, por sabios a veces.
Temprano se dio cuenta mi soledad de que le gustaba tu camino en
mi dirección, tus boleros y tu forma de diferenciar la “s” de la “c” y la “z”.
Tarde es hoy a las tres y veinte de la mañana, tarde es abril,
marzo y febrero. Tarde el amor. Tarde las ganas. Tarde verte dejándome en el
apartamento y diciendo que hablamos pronto porque ya tienes que irte. No puedes
irte, porque aún no has vuelto. No volvió tu poesía, ni tu sonrisa de menta, ni
siquiera vinieron las canciones en tu maleta. No viniste, cariño. Aunque me
toques las manos y me acaricies la mejilla, no vas a convencerme.
PD: Cuando quiera verte, volveré a Madrid, como aquellas noches de otoño.
PD: Cuando quiera verte, volveré a Madrid, como aquellas noches de otoño.
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